La niña, cuya identidad sigue siendo un secreto bien guardado por la clínica, pesó 3,2 kilos al nacer y se convirtió en el primer bebé probeta de todo el noroeste peninsular, hasta Lisboa. Casi de inmediato venía al mundo un segundo bebé, esta vez un niño. En España habían nacido hasta ese momento 227 mediante esta técnica; en el mundo, unos diez mil.
En el equipo de trabajo del Belén despuntaba ya una joven especialista en análisis clínico, Paloma Ron, hermana del malogrado Ángel. Paloma pasaría a dirigir el laboratorio en 1996, pero recuerda como si fuese hoy aquel momento histórico. "El laboratorio de FIV lo montamos a finales del 88 y tardamos medio año en conseguir el primer embarazo, que por desgracia se perdió a los tres o cuatro meses por un aborto". Por ese motivo, "todos vivimos en tensión y con una gran incertidumbre" los primeros intentos de 1989, que se tradujeron en nacimientos con la llegada del nuevo año. "Cuando vino al mundo la niña", continúa Paloma Ron, "estábamos como locos, no nos lo podíamos creer".
Vistos desde el prisma del tiempo, aquellos inicios eran casi la prehistoria de la FIV, con los profesionales investigando y explorando día a día las posibilidades de una técnica recién alumbrada.
Un ovocito humano "es solo una célula, pero contiene una bomba de relojería, todo el material genético materno. Y es muy sensible". Tanto, que cualquier alteración en la temperatura le afecta, que no se puede usar lejía para limpiar el laboratorio o que cuando hay obras cerca baja el rendimiento de la clínica por los volátiles suspendidos en el polvo. "Todo esto no lo sabíamos -reflexiona Ron-, y por eso las tasas de éxito eran del 8 % y hoy se acercan al 50".